abril 25, 2004

En busca de la transición perdida

Entrevista con Manuel Camacho Solís.
“Urgen reglas para 2006”
"Reforma electoral, real sistema de rendición de cuentas, autonomía del Ministerio Público y la formación de mayorías, temas prioritarios para una agenda mínima, afirma Manuel Camacho Solís, porque “si frente a circunstancias tan delicadas como las que ya estamos observando en nuestro país no reaccionamos, vamos a ser rebasados por el caos”
(2004-04-25)

Si en este momento la transición mexicana está extraviada, estancada o perdida, ya no es oportuno preguntarnos qué pasó, sino ver hacia delante y encontrar cómo podemos resolver el problema en estas circunstancias, manifiesta Manuel Camacho Solís, pues si concluimos que la reforma del Estado es vital, es claro también que no se puede ir a la competencia electoral de 2006 sin reglas, porque se puede perder incluso la estabilidad de la política y la economía.
Insistente, desde su paso por El Colegio de México, sobre la necesidad de diseñar un esquema de democratización política y social que dé al país márgenes institucionales frente a las tentaciones mesiánicas, autoritarias y de grupo, Camacho Solís explica en entrevista con La Crítica que se “debe empezar por lo que hoy es urgente: legitimar a la política”.
De ahí la importancia de la reforma electoral en la etapa que vivimos. “La anterior fue para contar los votos, ésta es para que el dinero que entra se cuente y para que el dinero sucio no entre a la política”, explica, pues si no limpiamos esta parte, “por más reformas que hagamos, de qué nos sirve cambiar los equilibrios institucionales si los dueños de la política son grandes empresarios, empresas transnacionales o peor aún, el crimen organizado”.
El diputado federal por el Partido de la Revolución Democrática destaca que el actual arreglo institucional “no es el que necesita el país para su mejor gobierno; es decir, las instituciones del antiguo régimen no están funcionando de acuerdo con la nueva pluralidad”, porque “no hubo la capacidad de parte del gobierno y las distintas fuerzas políticas par aprovechar el momento de la alternancia y convertirlo en el momento del rediseño de un nuevo régimen, de un nuevo arreglo, de nuevos equilibrios entre las instituciones del país”.

Atorón por falta de lucidez

–¿La transición mexicana está extraviada, estancada o simplemente no inició?
–No deberíamos meternos en un debate semántico. Hay quien dice que la transición ya acabó; hay quien considera que ni siquiera ha ocurrido. Pero si decimos que ocurrió una alternancia en 2000, nadie va a dudarlo. Con el paso del tiempo, incluso mucha gente que daba como acabada la transición concluirá que el arreglo institucional en el país no es hoy el que se necesita para su mejor gobierno. Es decir, las instituciones del antiguo régimen no funcionan de acuerdo con la nueva pluralidad, ni para dar los mejores resultados respecto a las demandas de la sociedad al nuevo régimen. Entonces diría: se terminó una etapa del régimen político del siglo XX el día de la elección de Vicente Fox y no hubo la capacidad política de parte del gobierno y las distintas fuerzas políticas para aprovechar el momento de la alternancia y convertirlo en el momento del rediseño de un nuevo régimen político, de un nuevo arreglo, de unos nuevos equilibrios entre las instituciones políticas del país.
–El momento en México es especial, porque en otras transiciones todos los actores se ponen de acuerdo, pero en la nuestra nadie quiere hacerlo y la obstaculizan, incluso.
–Fueron las características propias de la transición mexicana, aquí no había una dictadura como en otros países, había un régimen autoritario y quienes estaban al frente del gobierno fueron soltando los cambios a cuentagotas; realmente sólo cuando fue estrictamente necesario. Eso hizo que la transición fuera larga y errática, y en el momento en que pierde el régimen anterior, o que pierde el PRI en las elecciones del 2000, tampoco hubo lucidez del ex presidente Ernesto Zedillo para sentar a las partes antes de entregar el gobierno y hacer un pacto que hubiera sido muy conveniente para el país. Por su parte, el presidente Vicente Fox no dio la importancia debida al tema de la reforma del Estado, se concentró en sus viajes internacionales, metió otras iniciativas, se obcecó en que lo más importante era hacer la reforma eléctrica, y todo esto hizo que se perdiera también la oportunidad no sólo de la salida del antiguo régimen –las transiciones siempre se hacen con acuerdos con el antiguo régimen–, sino también de la entrada del nuevo gobierno, y ahí es donde nos quedamos todos atorados.
–¿Un atorón peligroso por las circunstancias del país?, se cuestiona a Manuel Camacho.
–Sin duda. Ahora la pregunta no es sólo qué pasó, sino cómo podemos en estas circunstancias resolver el problema si concluimos que es completamente necesaria la reforma del Estado. Yo creo que es vital. Sin reforma del Estado, sin reglas para empezar a ir a la competencia del 2006 se va a perder incluso la estabilidad de la política y la economía.
–Usted ha hablado de un nuevo pacto social, ¿por dónde tiene que comenzar ese nuevo pacto?
–Diría que debe empezar por la política, y tiene que empezar por lo hoy urgente, que es legitimar a la política; de ahí la importancia en este momento de la reforma electoral. La anterior fue para que se contaran los votos, ésta es para que el dinero que entre se cuente y para que el dinero sucio no entre a la política; si no limpiamos esta parte, por más que hagamos reformas de qué nos sirve cambiar los equilibrios institucionales si los dueños de la política son grandes empresarios, empresas transnacionales o, peor aún, el crimen organizado. Entonces no vamos a resolver nada, estaremos haciendo una especie de ingeniería simbólica y no una transformación verdadera de las instituciones.

Tres pasos

Por ello, Camacho Solís propone una verdadera transformación de las instituciones en tres pasos: 1) un verdadero control social del poder con los equilibrios que se establecen en la separación de poderes; 2) la representación plural del país por un poder legítimo; y 3) que el gobierno resultante sea más efectivo, “porque el fin de la política no son nada más los equilibrios dentro del sistema sino dar resultados a la sociedad, y para eso tienen que funcionar las instituciones”, porque de lo contrario “terminaremos teniendo elecciones limpias y a lo mejor ya mucho más controladas si se aprueba la reforma electoral, pero un gobierno muy ineficaz respecto a los enormes reclamos acumulados que hay de parte de los ciudadanos”.
–El papel de la sociedad es muy importante. Jugó, luchó al parejo de los partidos políticos de oposición para tratar de desmantelar al aparato de Estado, pero cuando llegó el 2 de julio de 2000 pareció decir a los partidos: “ya tenemos alternancia, ahora ustedes aterricen el cambio”. Dejó su activismo y dejó que el vacío lo llenaran nuevamente los grupos de poder en los partidos.
–No creo que la sociedad civil por sí misma pueda hacer todo, porque francamente no tiene los niveles de coordinación, no puede desarrollar estrategias suficientemente amplias. Los ciudadanos organizados pueden presionar para que haya elecciones limpias, pueden señalar a la corrupción, pero no van a poder hacer los acuerdos que se necesitan para reformar las leyes de la Constitución, para dar las garantías debidas. No se puede suponer que la sociedad civil va a ocupar el lugar de las instituciones del gobierno, de los partidos políticos, de los congresos, pensar eso es demagógico. Pero también pensar que las instituciones pueden ser legítimas y eficaces sin tener la confianza de la sociedad, también es el otro extremo que no funciona.
Para Manuel Camacho “no es necesario sustituir a la sociedad, sino lograr que de nuevo se interese por la política, que influya, que critique, que se organice, que presione, pero que esto se traduzca en cambios institucionales, porque si no genera un gran espectáculo mediático, o algo muy atractivo en donde mucha gente se compromete de corazón con una causa, pero después todo eso se diluye porque no se traduce en ningún cambio duradero”.
–Sólo los cambios en las instituciones. De ahí la importancia de la reforma electoral que hemos planteado, de la transparencia con la que deben conducirse los partidos; es decir, que no se vuelvan cotos cerrados de las burocracias, sino se conviertan en organismos con representación de los ciudadanos y que si se alejan de eso paguen un costo.

Reformas impostergables

–Con la reforma electoral vienen aparejadas otras, consideradas como necesarias para sentar las bases de la reforma del Estado: un verdadero sistema de rendición de cuentas, no de simulaciones, y para lograrlo, la autonomía del Ministerio Público para evitar la politización de las investigaciones.
–Coincido en que esas dos son muy importantes e impostergables si pensamos en una agenda mínima, porque además a la mitad del sexenio va a ser imposible pensar en un rediseño completo. Pondría esas dos como necesarias, la reforma electoral como la más urgente y quizá agregaría dos o tres más. Una es todo lo de los derechos de los ciudadanos, ya incluido el tema del derecho a los mexicanos a votar en el exterior como capítulo importante; otra que no está ahora en la discusión, pero que no podemos dejar fuera, es el tema de cómo construir mayorías, porque gran parte del problema que hoy tenemos es que ninguna fuerza tiene mayoría, pero además no va a tener mayoría en el 2006. Entonces, si no somos capaces de revisar ese capítulo, lo que nos va a ocurrir es que podamos tener un presidente con 33% de votos y un Congreso en donde la mayoría calificada sea de oposición; el presidente va a ser tan-tan débil que no va a poder gobernar y no va a poder darle respuesta a los ciudadanos. Debemos hacer las reformas necesarias para establecer mecanismos que permitan tener gobiernos legítimos, eficaces y, además, puedan gobernar el país.
–Pero los grupos de poder, incluso hacía el interior de los distintos partidos, obstaculizan el avance en la creación de mayorías...
–Siempre va a haberlos en todos los países; hay intereses facciosos, intereses partidistas, pero ahí es donde se prueban los políticos, si frente a circunstancias tan delicadas como las que ya estamos observando en nuestro país no reaccionamos, vamos a ser rebasados no por la sociedad civil, sino por el caos.
–Hay riesgos inmediatos que podrían conducir al caos del que habla. ¿Cuáles son esos riesgos?
–Si no hay una reforma electoral como la que hemos planteado, y si no hay reglas claras para ir a la sucesión del 2006, en forma que no haya ventajas para una de las partes, la estabilidad política y económica del país estará en riesgo...
–¿Considera que en este momento hay interés de los distintos partidos y los distintos grupos de interés para sacarla adelante?
–Éste es un momento sin duda oportuno, ya se comprometió el Presidente, nosotros ya nos metimos de cabeza, la ciudadanía está muy enojada por todo lo que ha visto en las útimas semanas, los políticos estamos siendo severamente cuestionados. Siempre hay la posibilidad de que todos nos hagamos guajes y digamos: “De todas maneras no pasa nada”, pero creo que son circunstancias favorables y dependerá de nuestra habilidad política para ver si somos capaces de traducirlas en las reformas y en los acuerdos –que serían los primeros acuerdos políticos en esta administración–, o si echamos a perder la oportunidad. Yo espero que haya la suficiente lucidez, visión y voluntad colectiva para sacar adelante este proyecto.
–Está en la mente de diferentes analistas y de los políticos mismos la necesidad de establecer un pacto que fuera muy evidente, como el famoso Pacto de la Moncloa. ¿Cree necesario llegar a eso o qué es lo urgente?
–Hubiera sido ideal reealizarlo hace mucho tiempo o a la entrada del nuevo gobierno, pero no se hizo. Intentar hoy ponerle un pacto al país va a ser un pacto ficticio, demagógico, como el que se firmó un día en Palacio Nacional que no duró ni tres días porque a los tres días ya nadie sabía lo que contenía, ni le importaba, porque se habían metido tantos temas que era así como... o peor que una plataforma electoral. Eso no es un pacto. Se necesita un acuerdo en México, pero no por la vía como se hizo en España, porque estamos en circunstancias completamente distintas. Creo que la manera es tener éxito en un tema, no veo otro más que la reforma electoral, y que con base en ese éxito que prestigia a todos los políticos y a todos los partidos y al gobierno, entonces sí haya una mesa donde se sienten quienes tienen que hablar y se pongan de acuerdo. Y que eso se maneje de una manera que no sea escandalosa ni con este estilo de posicionamiento nada más para salir al otro día en los periódicos, sino con una intención real de llegar a un acuerdo. Creo que eso sí puede ser la diferencia.