mayo 31, 2004

Debe cuidarse no llevar el proceso democrático a la desconsolidación

Entrevista con Lorenzo Meyer
Debe cuidarse no llevar el proceso democrático a la desconsolidación

Los actores políticos están tan peleados entre sí, que el grueso de sus energías las dedican a neutralizarse unos a otros y dejan a la deriva al país; pero ya el grueso de la población no acepta que esté bien esa democracia y comienza a apelar a opciones más eficaces que pueden acercarnos al autoritarismo, afirma el investigador del Colegio de México
31-05-2004
El 2 de julio de 2000 un mayoritario número de mexicanos votó por el largamente esperado cambio de partido en el gobierno, y la tan anhelada alternancia en el poder, para de esa forma comenzar a darle un piso a la transición a la democracia.
El júbilo por haber terminado con la dictadura perfecta del partido de Estado fue tal que se dejaron de lado los acuerdos para desmantelar el viejo régimen y comenzar a construir uno nuevo, donde las reglas del juego también cambiaran.
En este impasse fue que la transición, si no se perdió, seguramente se encuentra estancada y con un grave riesgo de regresión, o como dice el politólogo e historiador Lorenzo Meyer, en un visible proceso de desconsolidación de la democracia, donde cada vez más un amplio sector de la población tiende a simpatizar con medidas autoritarias, porque se encuentra poco o nada satisfecho con la democracia actual.
Este mecanismo que en México se aplica como democracia representativa, configurado por los partidos políticos y sus intereses sectoriales e ideológicos, dice, debe ser el juego político de las élites, aceptado por las mayorías. Pero en estos momentos la masa ciudadana, es decir, el ciudadano de a pie, tiene sus dudas de lo que hacen los actores políticos y cada vez más, crece la desconfianza en ellos.
La búsqueda de lo eficaz por sobre el respeto, el diálogo y el acuerdo, destaca el investigador del Colegio de México, propiciaría que cada quien buscara su salvación individual, como en ocasiones ya se refleja.
Sin embargo, “hasta el momento no hay ninguna alternativa a la democracia, que es, en términos éticos, lo mejor que nos puede pasar. Todas las demás opciones son peores porque todas implicarían alguna dosis de autoritarismo”.

Obligado, consolidar la democracia

Investigador de los procesos electorales, Meyer destaca que “si acaso ha habido transición, creo que todavía no está perdida. No sé si el término estancada sea el mejor, pero nuestro proyecto y nuestra obligación es llevar la democratización recién ganada hacia la consolidación”.
Sin embargo, advierte que “lo estamos haciendo muy mal y corremos el riesgo de que, incluso, entremos en un proceso de desconsolidación”, de regresión, que nos puede llevar a estratos peores a los que fueron derribados recientemente.
Explica que el último estudio de opinión pública, dado a conocer por la Secretaría de Gobernación en septiembre de 2003, llamado Encuestas Nacionales sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas, “nos muestra que hay un tercio de mexicanos que no saben siquiera que estamos en la democracia, no tienen ni idea de dónde estamos, y pareciera que tampoco les importa”.
Luego, también hay un porcentaje que acepta estar en la democracia, apenas un poquito menos de la mitad de los encuestados, “pero lo más preocupante de todo esto es que un 60% respondió que si hubiera una persona fuerte y decidida, podría ser más importante para nuestro país que el marco legal y las plataformas de los partidos políticos; es decir, que ese rango de la población considera que si la salida es por la vía de un hombre fuerte, autoritario, pero resuelve los problemas del país, están con esa posibilidad”.
Curiosamente, es el porcentaje de la población que no salió a votar el 6 de julio pasado, porque están seguramente descontentos con el trabajo realizado por los partidos políticos, el gobierno y las instituciones del Estado.
De acuerdo con la encuesta que cita Lorenzo Meyer, 87% de la población se interesa poco o nada en la política y este desinterés se acentúa aún más entre la población femenina, aunque el 43% considera que ésta contribuye a mejorar el nivel de vida de todos los mexicanos.
El 37% de los encuestados opinó que México vive en la democracia, en contraste con un 22%, que opina lo contrario. Sin embargo, el 59% de los encuestados declaró estar nada o poco satisfecho con los resultados de la democracia.
“Entonces aquí entra un punto en la definición de consolidación –tómese la de Larry Diamond o la de Juan Linz y Stephan Haggard–. Un punto en que hay acuerdo es que la democracia debe ser el juego político en las élites y aceptado por la mayoría, por la masa; élite y masa no suenan muy bonitos, pero son muy distintivos, es decir la clase política y el ciudadano de a pie. Bueno, ahora con estas cifras que nos da la propia Secretaría de Gobernación, nos quiere decir que el ciudadano de a pie tiene sus dudas. Ahora las élites, los partidos políticos, los actores principales, todos dicen estar comprometidos con la democracia, pero no hay esa percepción entre la población”.
El mismo estudio reveló que el 57.4 de los encuestados tiene una alta desconfianza en la política, proporción que se eleva al 69.6% entre los jóvenes. Además, la encuesta advierte que el sector al que le tiene más desconfianza la sociedad es a los diputados, pues en una escala de 1 a 10 sólo le confiere una calificación de 4.7. En el caso de la Presidencia de la República, la valoración fue de 5.96, mientras que al Poder Judicial lo ubicó en 5.98.
También se informó en septiembre de 2003 que casi el 70% de la población considera que la Constitución no se cumple, mientras que el 19.5 opina que no se cumple en nada.

El desprestigio los arrasa

Los actores políticos, agrega Lorenzo Meyer, están tan peleados entre sí que el grueso de sus energías las están dedicando a eso, a neutralizarse unos a otros; pero entonces tenemos esta doble cara: el ciudadano de a pie dice en su mayor parte aceptar la democracia como regla política básica, incluso la mitad dice que México es una democracia, pero ya el grueso no acepta que esté bien esa democracia.
“Ése es quizá el punto central, la élite política ha hecho las cosas tan mal que una parte importante, muy importante de los mexicanos, está insatisfecha y está al menos en el trasfondo aceptando la posibilidad de una salida no democrática”.
–Doctor Lorenzo Meyer, difícilmente en México se va a poder hacer un pacto hacía la transición o para aterrizar la transición a la democracia, como se hizo en España, porque son procesos muy distintos. Pero ¿hay la oportunidad de hacerlo de otro modo, cómo?
–Se perdió la oportunidad de hacerlo. Ahorita ya no es posible, cada quien está montado en su propio macho y va por un camino en donde si no se pueden poner de acuerdo en cosas muy concretas como la reforma fiscal, menos se van a poner de acuerdo en el gran proyecto de nación, a un nivel de generalidad tal que pueda ser aceptable por todos, y luego que en cierto sentido los condicione cuando vuelvan a la realidad y a las cosas concretas. Ése es el caso español, se pusieron de acuerdo en puntos tan amplios, que luego a la hora de trabajarlos en la realidad, se vieron obligados más o menos a seguir en esa línea y consolidarlos; ellos sí han consolidado su democracia y llevan ya 25 años en ella.
–En México habría que hacer pequeños pactos, pequeños acuerdos para comenzar a darle ciertas bases a la democracia.
–Desde luego, creo que una posibilidad, si se fuera racional, es que la clase política en su conjunto debería medir las consecuencias de estar gastando las energías en una lucha interna, porque el grueso de la energía desde el PRI, PAN, PRD y, pongámosle al Verde, si es que vale la pena la respuesta, están muy encerrados en su propia disputa, y el resto de la sociedad los ve desde lejos; tan los ve desde lejos que el 61% de los mexicanos registrados en el padrón electoral de 2003 o no votó o anuló su voto. Ésta es una expresión de rechazo muy alarmante.
–¿Usted cree que si se pusieran de acuerdo en por lo menos uno de los tantos temas importantes de carácter nacional, eso pudiera ir en abono a la imagen que tienen los ciudadanos de los partidos políticos?
–Pero han hecho todo lo contrario. Son partidos carísimos, corruptos, ineficientes. ¿Qué más podemos decir? Para que se reivindiquen necesitan ponerse de acuerdo no solamente en un tema, sino en muchos, y hacer las cosas. Quizá si hicieran algo, su desprestigio ya no iría más a fondo, pero para que recuperen la confianza, si es que alguna vez la tuvieron, veo que les va a costar muchísimo esfuerzo.

Apelar por lo eficaz

–Doctor Meyer, usted habló de desconsolidar la democracia... ¿esto vendría a ser qué?
–Exactamente vendría a ser ésta cada vez más grande pérdida de confianza en las directivas, la pérdida de confianza en los partidos, la pérdida de confianza en los procesos. Cada quien se iría a su propio mundo y buscaría la salvación individual, pero lo cual quiere decir que llegado un momento alguien puede apelar no a la democracia sino a lo eficaz.
–Ya no hablamos del peligro de la regresión, sino otro peligro, peor todavía, quizás.
–Sí, el de la búsqueda alternativa, y no hay ninguna alternativa a la democracia. En términos éticos éste es el mejor mecanismo para convivir en sociedad. Todas las demás serían peores porque todas implicarían alguna dosis de autoritarismo.
–¿No es una visión catastrofista de su parte?
–Pues es que así es. Tomando las cifras que la propia Secretaría de Gobernación da, yo no las invento, si 60% de la población está descontenta... (la encuestóloga) María de las Heras nos dice que el 90% no confía en las directrices de los partidos, si la economía no avanza, si el tipo de crecimiento económico es una catástrofe en un país pobre, desempleado, con una distribución del ingreso inequitativa, pues ya no sé. Claro, no tenemos una guerra civil, no estamos invadidos como Irak o Afganistán, no nos ha pasado lo que Ruanda, porque en ese sentido otros están peor.
–Como dicen algunas visiones autoritarias, parece que el tratar de despertar a la democracia fue todo lo contrario, una pesadilla y no un sueño.
–A pesar de todo, creo que no tenemos opción. Insisto en eso, porque las alternativas son peores.
Otro aspecto importante de las Encuestas Nacionales sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas, es el de la participación ciudadana, donde se revela que el 40% de la población considera que puede influir mucho en las decisiones del gobierno y un 44% estima que puede influir poco.
–¿La sociedad civil dejó de estar vigilante? ¿Llegó la alternancia y entregó la transición a los partidos?
–La sociedad civil en sentido estricto es muy poquita, es muy chica. El grueso de los mexicanos no pertenece a la sociedad civil, es decir, a ese grupo que está organizado de manera independiente, consciente de sus derechos y obligaciones, y que es capaz de hacer demandas y formularlas de tal manera que ejerzan presión y castigos cuando no se responde. Pero el grueso de los mexicanos no está organizado en nada, la sociedad civil es muy débil en México. El grueso de los mexicanos no está ni en la sociedad política ni en la sociedad civil.
–Entonces el problema es estructural, de la misma sociedad.
–Si es estructural, porque es histórico...

mayo 02, 2004

Instauración democrática sin rumbo

Entrevista a César Cansino

Instauración democrática sin rumbo

Coexisten en nuestro país una débil destitución autoritaria y una débil reforma institucional y normativa, que teóricamente colocan a nuestro país en el peor de los casilleros posibles, que supone enormes riesgos de involución, de peligro para la gobernabilidad y la continuidad; y por eso muchas veces da la idea de que la transición no ha terminado

(2004-05-02)

http://www.lacritica.com.mx/index.php?option=content&task=view&id=24&Itemid=32

El proceso de instauración democrática en que se encuentra el país tras haber arribado a la transición a la democracia el 2 de julio de 2000, se encuentra débil y sin rumbo porque ninguno de los actores políticos, sociales y económicos ha estado a la altura de las expectativas, expresa el analista César Cansino, quien advierte del momento en que nos encontramos, con una situación ambigua, de enormes riesgos a la gobernabilidad y a la continuidad, que deben evitarse en la medida de lo posible antes del surgimiento de situaciones que amenacen el orden institucional, y la única oportunidad de hacerlo es avanzar de manera decisiva en las reformas del Estado.
Haber llegado a la alternancia sin acuerdos que dieran lugar al nuevo diseño institucional y la apertura poco a poco, permitió al Partido Revolucionario Institucional (PRI), como brazo político del viejo régimen, continuar siendo un actor relevante. Además, el presidente no tuvo la capacidad, los operadores políticos, ni la voluntad para enfrentar la que iba a ser la gran contribución de su gobierno a la democracia del país.
De igual forma, los partidos políticos tampoco han estado interesados en aterrizar la instauración democrática porque ya están apostando al 2006, a la recomposición de fuerzas, donde lo más importante para algunos es que se debiliten el foxismo y el panismo, y que de ese desgaste ellos puedan asumir una posición electoral relevante, cálculos en los cuales han supeditado los intereses de la nación a sus propios intereses electoreros partidistas.
Director del Centro de Estudios de Política Comparada, AC, y de la revista especializada Metapolítica, además de analista en diversas publicaciones y catedrático en distintas universidades, el doctor Cansino realiza una fuerte crítica a los partidos políticos:
“Aunque suene a frase hecha, han antepuesto sus intereses particulares específicos a los intereses de la nación; hoy existe un Congreso compuesto por bancadas partidistas absolutamente desprestigiadas por la sociedad, hablar del Congreso es hablar de una caterva de políticos flojos que no hacen su trabajo, que no aprueban leyes, corruptos e interesados solamente en sus capillas. Esta percepción no está alejada de la realidad, porque si vemos resultados concretos, no se puede decir que han avanzado en la Reforma del Estado o en reformas estructurales”.

Transición e instauración

Para Cansino la transición terminó el 2 de julio, “por la sencilla razón de que por la vía de la alternancia quedaron atrás los rasgos que caracterizaron a una forma de dominación política durante 71 años, como fue el presidencialismo sin contrapesos, en el vértice de una estructura de poder donde había un sistema clientelar y corporativo”. Esos rasgos, dice, ya no existen. En su lugar “se ha creado otra cosa que quizá no ha terminado de cuajar” pero que, en todo caso, nos permite hacer un parteaguas.
La otra es la figura del partido hegemónico, que era más un instrumento del Estado para reproducir a una clase política que fincaba su dominación con una legitimación desde lo alto. Y no es que ya no exista el PRI, pero ya no existe como partido hegemónico.
De esta manera, lo que sigue es otro proceso con su propia lógica y dinámica, pero que por las características de la transición podría durar otros 20 años. A esta etapa se le llama Instauración Democrática y se compone de dos etapas y dos procesos distintos.
Cansino destaca que una es la destitución autoritaria, que significa la destitución del viejo orden en un proceso durante el cual se derogan aquellas leyes claramente antidemocráticas generadas para favorecer a una clase política, y que en el imaginario social es reprobado y repudiado como algo al que no se debe retornar.
Luego viene la instauración democrática como siguiente etapa y corresponde al rediseño institucional y normativo del nuevo régimen. O lo que es lo mismo, a la reforma del Estado, por la cual han pasado por lo menos 34 transiciones a la democracia exitosas desde los años 70.
Tal rediseño institucional, de acuerdo con la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado convocada por el presidente Vicente Fox y dada a conocer el 5 de febrero de 2001, implicaba ocho grandes reformas institucionales con asuntos como equilibrio de poderes, federalismo, derechos humanos, competencias de los poderes políticos y otras.
“La tesis que sostuvimos en esa época era que esas ocho grandes reformas, si se atacaban de manera decidida podían generar el efecto de cascada para tocar otros aspectos, porque al final, aunque suene fuerte, se mostró la necesidad de transformar, de reformar el 90% de los artículos de la Constitución, pero que ni siquiera se le llamó nueva Constitución por las suspicacias que genera; entonces se habló de una reforma integral”.
Sin embargo, “la destitución autoritaria no ha prosperado porque, a diferencia de otras naciones, se confunde lo viejo con lo nuevo, no se puede hacer un parteaguas como en las transiciones de dictaduras militares”.
Las leyes que tenemos y las instituciones que de ellas emanaban fueron diseñadas para los fines de un régimen no democrático; de ahí que cuando uno observa cualquier ley, observa inmediatamente sus oscuridades, sus ambigüedades y ve que no pueden albergar de manera virtuosa los nuevos valores, expectativas y prácticas democráticas que surgen como resultado de la alternancia.

¿Por qué no ha prosperado?

Desde el eje de la transición que fue la reforma electoral para que los votos contaran, los actores políticos dijeron que era necesaria la reforma del Estado y que el país debía avanzar en el plano institucional. Pero llegado el momento, la instauración se trabó porque “ninguno de los actores políticos, y me atrevería a decir sociales, económicos, ha estado a la altura de las expectativas. El Presidente de la República efectivamente asumió su compromiso para la reforma del Estado muy temprano en su gestión, pero después se desinfló; no tuvo la capacidad, los operadores políticos, ni la voluntad para enfrentar ésta que iba a ser la gran contribución de su gobierno”, porque “en sus cálculos políticos privilegió lo inmediato, como eran las reformas estructurales, a lo urgente”.
Y los partidos no están interesados “porque ya están apostándole al 2006”.
La diferencia de México con otras transiciones es porque aquéllas se dieron por acuerdos políticos previos a las primeras elecciones libres y correctas que involucraron de manera incluyente a todas las fuerzas políticas, desde aquellos que buscaban preservar al régimen, y dependiendo de la magnitud de la crisis del viejo orden autoritario, los que querían amnistía por los crímenes cometidos, y los que pugnaban por un cambio.
Pero en México la naturaleza de nuestra transición fue diferente, de liberalización política. “La élite gobernante nunca cedió a la oposición la pelota, siempre la tuvo en su cancha; el régimen decía lo que había de reformarse y cómo hacerlo; es decir, no se partió de un acuerdo básico”.

Riesgos presentes

A lo largo de las instauraciones democráticas, recuerda César Cansino en su oficina del Centro de Estudios de Política Comparada, hubo instauraciones democráticas donde la destitución fue débil, pero la reforma del Estado fuerte, o viceversa, donde la reforma del Estado fue débil pero la destitución autoritaria, muy fuerte. Esto significó poner diques al pasado.
Pero también hubo casos donde la destitución autoritaria, como la reforma del Estado, fue muy fuerte, porque la gente ya no quería regresar al pasado; se involucraron todos los actores políticos y se hizo tabla rasa respecto al pasado en materia de leyes constitucionales. Entonces ahí se puede hablar de consolidación de la democracia.
En el caso de México “también se han explotado caracterizaciones muy arbitrarias usadas por mucha gente como: ‘Hay que consolidar la democracia’... Pero primero hay que instaurar la democracia; se consolida únicamente aquello que está instaurado”.
Sin embargo, el grave problema en la instauración mexicana es que coexisten “una débil destitución autoritaria y una débil reforma institucional y normativa, que teóricamente hablando colocan a nuestro país en el peor de los casilleros posibles (...) está en el extremo, en una fase de instauración débil que supone enormes riesgos de involución, de peligro para la gobernabilidad y la continuidad; y por eso muchas veces da la idea de que la transición no ha terminado”.
Ante este panorama y para tratar de evitar en la medida de lo posible que surjan situaciones generadoras de una enorme carga de inestabilidad y de ingobernabilidad que amenacen el orden institucional, la única oportunidad es avanzar de manera decisiva en las reformas del Estado, afirma Cansino.
Y advierte que vuelve al tema “porque parece un círculo vicioso, pero no hay más. Cuando vemos actos de corrupción en espacio triple A de televisión y a todo color, más allá de personalizar por qué, quién, y cuáles son todas las piezas del rompecabezas que los explican, o cuando vemos situaciones como la del atentado o autoatentado que pone en duda al gobernador de Oaxaca, vemos que tenemos un sistema normativo, un arreglo institucional que históricamente ha sido muy permisivo con las autoridades; que no existe un sistema de procuración de justicia que nos permita tener absoluta seguridad de que se van a castigar los actos de corrupción de cuello blanco; hay normas muy oscuras en la legislación que permiten la impunidad, evadir la ley, interpretaciones subjetivas de la ley”.

Divorcio política-sociedad

Otro riesgo es lo que puede pasar en lo inmediato ante una clase política permanentemente exhibida en sus contradicciones, en sus actos delictivos, en sus golpes bajos, en sus desmanes y corruptelas. Sin opciones percibidas socialmente como viables para ser apoyadas, el signo evidente, inmediato, sería una abstención creciente, como señal de un divorcio, de un alejamiento entre la clase política y la sociedad.
Pero el “verdadero riesgo es cuando por la vía electoral uno empieza a ver focos rojos, cuando la gente ya no vota porque todos son iguales, corruptos; entonces desciende considerablemente el apoyo y la legitimación por la vía del sufragio. Se configura en su lugar una democracia insustentable, alejada totalmente de los intereses de la ciudadanía, lo cual lleva también a una situación patológica”.
Cansino explica que si la clase política es la primera en violar la ley, la ciudadanía a su vez comienza a actuar al margen de las instituciones porque no encuentra en ellas ni el cobijo ni el interés, ni la representación de sus demandas y sus exigencias; empieza a hacer justicia por su propia mano, como sucede en las comunidades indígenas o sacando los machetes para presionar a las autoridades. “Se desborda cualquier tipo de normatividad, de orden institucional para obtener fines; ése es el riesgo que visualizo, de ahí que las mafias políticas, las camarillas, las inercias autoritarias del pasado, los intereses de capilla, todo eso puede confluir en el mismo escenario en caso de una gran abstención”.
De ahí la necesidad de cambiar algo, de avanzar efectivamente en las reformas, porque de otra manera profundizará una crisis política; una democracia donde la gente no vota es una señal de crisis que reproduce situaciones muy delicadas y controversiales en la propia clase política. Entonces, “creo que sería riesgo seguir permaneciendo en una situación que no afronte de manera decisiva la cuestión de la reforma del Estado”.

Construir nuevo referente

El doctor en teoría política expresa que éste es un buen punto para reconocer un antes y un después. Es decir, las leyes en los regímenes autoritarios son deliberadamente ambiguas, por la sencilla razón de que la ambigüedad permite a la autoridad tomar interpretaciones y hacerlas suyas de acuerdo a su conveniencia.
En cambio, las leyes en un régimen democrático no admiten ambigüedad. Deben ser perfectamente claras en sus sanciones, en sus exigencias, en las obligaciones, en sus preceptos, en todos los sentidos, ya que mientras haya ambigüedades “existirá la posibilidad de que se refugien en ellas los fantasmas del autoritarismo, y que se generen situaciones como las que permanentemente estamos viviendo”.
Sin embargo, Cansino destaca que si en los tres años que llevamos de alternancia podemos ver infinidad de situaciones anómalas, éstas tienen que ver precisamente con la pervivencia de un entramado normativo que no funciona, inadecuado a la lógica propia de un régimen democrático, debido principalmente a que existen al respecto muchas confusiones.
Muchos se oponen a una reforma del Estado, dice, porque en México no hemos tenido otro referente histórico qué anteponer. “Hemos vivido en un régimen autoritario, ambiguo: democrático en la forma y autoritario en los hechos; una democracia de fachada, dirán unos; una dictadura perfecta, dirán otros, pero en todo caso eso fue el referente que construimos históricamente y nos resulta muy difícil anteponer otro”.
Por este motivo considera que ya es tiempo de hacer otro referente, “ya es tiempo de pensar en una lógica claramente democrática que no admita ambigüedades de este tipo”.